Vaciar la niebla
Manuela Garcia
Curaduría Marco Valtierra
A partir de la experiencia sensible que supone habitar el mundo, la práctica artística de Manuela García (Ciudad de México, 1982) puede ser definida como una constante búsqueda de las relaciones inefables del espacio. Su cuerpo de obra escudriña las múltiples experiencias de la percepción sensorial para lanzarse a abordar aquello que si bien está dado a la vista y, al tacto, a menudo escapa del plano del significado. Como observó Aline Hernández respecto al trabajo de García “sus esculturas e instalaciones implican constantemente dosis de indeterminación, lo mismo que el lenguaje de la poesía.” [1].
En Vaciar la niebla, García despliega cuatro ejercicios propios de sus búsquedas escultóricas. Dos de estas, realizadas ex profeso para la exhibición. Esto acorde a su visión en la que, las obras son reveladas en sus dimensiones espaciales, en la quintaesencia de sus bordes, límites, fronteras.
Situado en el exterior de la galería, el arco de madera está dispuesto en relación con el confín de la construcción arquitectónica. Reposando en sus finos bordes. Una curva. Dos puntos de soporte. En el interior, el metal forrado con lana encuentra su espacio y forma: una extensa línea prolongada en el cubo blanco. Cuatro puntos de soporte. Gama cromática a seis tonos. La fuerza y la memoria de la materia crean presión para hacer revelar su modo de ser, estructura, apariencia. Mediante la imaginación creadora las obras encuentran un sitio de confort. Sin embargo las obras no existen para acentuar lo arquitectónico, sino para hacerlo aparecer de otra forma.
La voluntad de contemplar: si observamos la lana bajo el lente de un microscopio, veríamos el vellón de la lana correr en direcciones cruzadas, en sentidos opuestos. La lana se hace tejido mediante el gesto, que no es otro gesto, sino el suyo a partir de ahormarse, vaciarse, fundirse, amasarse. En las ensoñaciones fundamentales, hacerse bajo la presión de las yemas de los dedos. El material entonces se forja sin enlaces, acariciando sus fibras, sin tejer, sin ataduras. Entre la presión y el tacto se fundan correspondencias, intrincados acuerdos, acordes.
Si bien la producción artística de García se despliega en exploraciones perceptuales del espacio de lo visible y de la materia reconocible, sus formas construidas se abren a la imaginación, como apuntaría Baudelaire “la imaginación es una facultad quasi divina que percibe todo en principio, fuera de los métodos filosóficos, las relaciones íntimas y secretas de las cosas, las correspondencias y las analogías…” [2] ¿Cómo nombrar aquello que escapa a la capacidad de ser expresado analíticamente? A través de este desplazamiento se revela en todo caso, una experiencia de lo inefable. Aquello que logra desafiar “esa vieja coordinación de alma, ojo y mano que emerge de las palabras.” [3] La vitalidad en las obras de García no radica en aquello que nos entrega visible, sino en la radicalidad de las fuerzas invisibles que se manifiestan misteriosas, desertoras de certezas. Equilibrios inestables. Superficies latentes. Acontecimiento que ante todo pronóstico no encuentra palabras porque su esencia es la de la experiencia intransferible. Única. Irrepetible. Entregada a nosotros mediante el libre juego de la imaginación perceptiva. Las obras de García aparecen a la vista como los pensamientos aparecen en la mente.
“Ayudemos a la hidra a vaciar su niebla” –Aidons l’hydre á vider son brouillard– es una cita de Mallarmé recogida en el libro “El agua y los sueños. Ensayo sobre la imaginación de la materia” de Bachelard. De ahí el título de la exposición. Vaciar la niebla como una operación escultórica. Vaciar un orden de cosas que al contacto se diluyen, se pierden. Frente al deseo de aprehender, de contener, en medio de las brumas, perseguimos una imagen-anhelo, en la que la única certeza es su propia búsqueda.
Marco Valtierra