Cómo podría saber que este sería mi destino

Raúl Rebolledo

Curaduría Míriam Hernández Hernández

Me despierto esperando encontrar el coraje que me hizo falta la noche anterior, en un bosque que ruge con la oscuridad de la mañana (que quema)

Mi certidumbre se contiene en el nervio de una hoja (que encandila)

La soledad sería un privilegio, pero me acompaña mi hermano, que me sostiene con la fuerza de un animal herido que lucha

La soledad sería un privilegio, pero me acompaña mi hermana que cubre mi casa con su cuerpo para que no me moje la lluvia

Si mi dios es el sol; yo resido en la espesura

Si mi maestra es la luna; la noche será mi guía

¿Cómo podría saber que este sería mi destino?

Me despierta el crujido del viento helado que aún me permite jadear

Me despierta el ruido de un cierre arrastrándose por abrir mi puerta

En este universo la soledad sería un privilegio, pero me acompaña mi amiga, que duerme al margen, que me cuida en secreto

Si me detengo es porque me distrae lo prometido

Si me detengo es porque ha terminado mi vida como la conocía

He caído en días negros, descansando en el deseo

Soportar un hogar para soportarse a uno mismo

En «Como podría saber que este sería mi destino» Rebolledo proyecta el escenario de una existencia imprevista donde el desarrollo se desvaneció junto con la civilización; un panorama post siniestro que se arrastra entre los restos de una era dorada. Una casa cubierta de oro es un vestigio de opulencia. La fachada testimonia la transición de un mundo de ostentación a uno de supervivencia y adaptación. Sin embargo, el oro ha perdido su valor, convirtiendo la residencia en un monumento a la obsolescencia del lujo material. Las prendas suspendidas rígidamente de las ramas como figuras paralizadas por un ambiente hostil, confeccionadas bajo la transformación de un material funerario, representan una adaptación pragmática y, al mismo tiempo, un recordatorio palpable de la rugosidad del entorno. El símbolo de un sol carialegre, como intentando disipar la desolación con hipocresía que paradójicamente se erige como símbolo de lo sagrado, convirtiéndose en una especie de guía mística. Una fogata que resplandece en un círculo de intimidad, como un refugio de luz y ardor donde se contempla un lenguaje saciado de resistencia; como quien se enorgullece de su habilidad para sobrellevar la adversidad.

Míriam Hernández Hernández