Vendrá la muerte y tendrá tus ojos
Temoc Camacho
Entonces podrán enseñarle a danzar al revés […] y ese revés será su verdadero lugar.
Antonin Artaud
Una bestia primigenia, gestos, hombres desnudos y un panteón animista. Temoc Camacho hace un ensayo de la interacción, el choque y la tensión de los cuerpos masculinos. El artista nos coloca ante una cosmogonía de la violencia, un relato que se articula entre los testículos y el ano, donde los machos se desdoblan en corderos, perros y unicornios para dejar aparecer el cuerpo, o la piel y lo que guarda dentro. Una imaginería en la que colmillos y cuernos afilados punzan sobre el cuero tierno de las crías.
Camacho pinta una mitología de la masculinidad, sus obras son retratos del carnaval macabro en el que nos fundamos los hombres, apuntes de una coreografía bien ensayada sobre la lucha, el sexo y la muerte, donde el afecto se cuela por error, en el roce momentáneo de los cuernos.
Sus obras se remontan a tiempos lejanos que son hoy y mañana, como si los pintores de Lascaux y Altamira hubieran iluminado la roca con la luz que irradian las pantallas de sus celulares. La materialidad de las piezas apunta hacia una elementalidad de la práctica: papel, barro, encarnaciones, una pintura cual boceto y a la inversa. Por esto hablar de actos originarios, porque no se asientan en un tiempo específico, sino en la memoria de los ojos, en la imagen borrosa e incierta de lo visto.
En gran medida, las obras de Temoc Camacho se construyen en la mirada: la del espectador y la de los personajes que apuntan los ojos hacia afuera; en la pregunta de que si lo que aparece ya había sido visto antes o es engaño de la memoria, y en el temor de que el cuerpo de uno se parezca de más a los que están en las pinturas. Porque mirar implica, tal cual el mito, la posibilidad de estar allá y que, irremediablemente, el otro sea el que observa desde este lado.
Raúl Rueda